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33 años después del primer cuento, Eduardo, que como comprenderán ya es todo un hombre, vivió uno de los sucesos más importantes de este país: una crisis social nunca antes vivida en los últimos 50 años, algo que jamás pensamos que sucedería, la gente de mi generación. La gente se construía sus balsas y se lanzaban al mar, ¡sí, al mar! Como si fuera una película catastrófica, donde la gente huye de algo malo, o como en una película de zombis donde la gente está infectada por un virus y las personas normales corren, o como en las películas viejas del cine norteamericano, como “Muertos Vivientes”, en las que vienen en unas vainas de tu tamaño a tu casa, con tus medidas, puros dobles que chupan tu alma y ocupan tu lugar en el espacio real donde vives.
Pues no, en Cuba nada de películas, era al duro. En esos momentos, los dos países gobernantes, después de algunos hechos un poco fuertes que ponían en peligro la vía diplomática, decidieron que lo mejor era que los cubanos llegaran a los Estados Unidos de América por sus propios “medios” y serían acogidos. Sí, la gente podía hacer una embarcación y realizar una travesía de 90 millas en busca de la “Libertad”. Cuba no pondría obstáculos a estas “embarcaciones” en las fronteras marítimas.
Lo más triste de esta historia es que la gente arrastró a los niños, ¡sí, los niños! Entraban en embarcaciones rudimentarias construidas solo con el ingenio del cubano.
Era un día como cualquier otro en La Habana, en el barrio de Cayo Hueso. Todo parecía en calma aparente, pero en las entrañas de cada casa del barrio existía la tenebrosa idea de ir a los EE.UU. vía una balsa, en un mar infestado de tiburones y sus tormentas inesperadas, conocidas en este mar del norte de Cuba.
En el famoso barrio de Cayo Hueso, en una de sus azoteas, unos hermanos, Rolo y Tony, estaban decididos a hacer el gran viaje de 90 millas y habían comenzado a construir la susodicha embarcación, ¡de madera! Sí, y por aquellos tiempos conseguir buena madera para esta aventura era tan difícil como si te tirases al mar. Pero los hermanos, no sé cómo, habían conseguido la madera y los latones de manteca. ¿Cómo, latones de manteca? En tiempos pasados, Cuba compraba manteca, sobre todo de ballena, a Canadá y también se traía de la Unión Soviética. Estos productos llegaban a Cuba también en estos tanques de 55 galones, y recuerdo que también recibíamos aceites para maquinarias pesadas. Pues los tanques se amontonaban en algunos almacenes y no eran reutilizados después de estar vacíos. Los cubanos, con su ingenio, los reutilizaban para estas “actividades” ilegales, porque la gente los obtenía de forma oscura y en un mercado negro que vendía de todo, como la madera y muchas cosas más.
Pues en esta historia de los hermanos Rolo y Tony, que eran amigos de la cuadra desde niños, mi hermano, el más pequeño, fue llamado a que les ayudara a armar el artefacto. Claro, mi hermano, que era biólogo marino por sus estudios, aunque no ejercía esta profesión porque en esos tiempos un vendedor de pizzas caseras ganaba mucho más que los mismos profesionales.
Eduardo llegó a la azotea y, cuando vio lo que estaban haciendo, dijo: “¡Caballero, en esta cosa los tiburones van a tener un festín!” La gente que estaba en la azotea, típica de mirones cubanos, dando su opinión sin saber, hizo silencio al escuchar a mi hermano, que tenía mucha autoridad por eso de la biología marina y porque había navegado anteriormente. La gente que estaba allí, que eran todos conocidos del barrio, hicieron silencio y escucharon sus consejos de “constructor balsero” experimentado. Señores, terminaron de hacer esa cosa que esperaban que flotara y llegara a los cayos de Florida, con la gracia de Dios y la suerte del tiempo. Ah, una cosa más: los hermanos tenían una brújula profesional. ¿Cómo la consiguieron? Solo Dios sabe, pero ellos no tenían ni idea de cómo funcionaba. Claro, mi hermano sí, y entonces recibieron un entrenamiento práctico. En unos días intensos de trabajo y de dudas, porque muchas personas pensaban que esta oportunidad de viajar libremente a Estados Unidos no iba a durar mucho, por fin la balsa estaba “terminada”: una balsa de 2 metros por 6 metros con 6 tanques de latón soldados al vacío y atados con unas cintas de plástico. También tenían un motor de una lancha Yamaha, que en las zonas turísticas del país le habían dado de baja por no tener “arreglo”, pero los hermanos Rolo y Tony la habían reparado y este iba a ser el motor impulsor. Señores, tenía que impulsar a unas 20 personas que estaban dispuestas a arriesgar la vida, más tres niños. Estas personas habían contribuido en la construcción del artefacto con dinero. Ah, se me olvidaba: los tanques estaban sellados al vacío con una planta de soldar metales prehistórica del tiempo de antes de la Revolución de 1959. Los cubanos son capaces de arreglar hasta los cohetes de la NASA que se dan de baja allí y que los “expertos” dicen que no tienen más arreglo.
Había algunas cosas logísticas importantes para poder hacer el viaje, como que las mujeres no podían tener la regla o estar en sus días, por eso de los tiburones. No se podía llevar más de 5 kg por persona, comida para dos o tres días para los niños, y salvavidas. Este era un punto muy importante, pero difícil: ¿de dónde sacar en Cuba un chaleco salvavidas? Los cubanos los hicieron con poli espuma (material que se utiliza para hacer el embalaje de cosas).
Pues llegó el gran día. Por la mañana temprano bajaban la balsa desde la azotea de unos 20 metros, y lo más bonito o más impresionante era que la gente estaba abajo ya lista para ayudar y otros para ver y aplaudir. Aplaudían a los grandes héroes de Cayo Hueso. Así fueron caminando con la balsa en los hombros, dirección al mar, que estaba a unos 300 metros en el Malecón Habanero. Y cuando pasaban por las calles se iba uniendo más gente. Era algo impresionante y emocionante. La gente de este barrio aplaudía y gritaba eufórica, y se escuchaban los gritos de: “¡Arriba!, ¡ustedes pueden!, ¡abajo la dictadura!, ¡que Dios los bendiga!” Cuando tiraron la balsa al mar, la gente explotaba en aplausos.
Lo más impresionante era que, estando ya en el Malecón despidiendo a nuestros héroes del barrio, si mirabas a lo largo del Malecón te dabas cuenta de que Rolo y Tony no estaban solos. Había más de 20 balsas dispuestas a luchar contra los tiburones, las tormentas, el sol, la sed, todos en busca de la “Libertad
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